miércoles, 26 de septiembre de 2012

La soledad es el color de fondo




No buscaba la manera de hacerme poeta,
pero encontré la forma de espantar viejos fantasmas
sin necesidad de dar golpes a las puertas.
No buscaba el amor o la dulzura,
ni el olor de un cuerpo tibio;
pero encontré la palabra,
y después de ella los ecos de algunas voces, las miradas, los rincones.
Encontré el grito y el canto. Y entonces la lluvia fue menos portentosa,
y mi visión del mundo se redujo a lo que permitieron
el fuego y la memoria.
No sabía qué buscaba, pero lo buscaba apasionadamente:
Era como volver a mis once años. Y como a los once, las olas del mar, que no eran ni voz
ni arrullo, fueron, casi por obra y gracia del destino, 
la grieta en la boca del volcán,
un huracán con ojos:
Cualquier cosa al margen de la realidad.

El segundero de mi reloj de pulso tictaqueaba,
pero el tiempo ya no significaba nada para mí.
Era, por decirlo de alguna forma, la manera menos adecuada de nombrar las cosas,
el dolor de cabeza que no me dejaba pensar con claridad.
Mi voz resonaba contra las puertas, y era una aventura infinita sentirme hablando a solas,
sentirme vivo y en paz con el mundo.
Era mi manera de contar historias.

Yo traía -digámoslo de una vez-
una nueva melodía.

sábado, 26 de mayo de 2012

Himno de mediodía




También hay canciones para gente como tú.
No son tristes ni alegres. No son las que necesitas.
Pero están ahí, a la expectativa, en la habitación, 
en un rincón de la sala, cerca de la alacena.
Esperando el momento adecuado para desajustar tu mundo,
para ponerte a marchar a su antojo.
Son lo que son.
No dicen nada de ti, pero te presienten.
En ocasiones se exasperan cuando todo parece irte de maravilla;
son duras y caprichosas.
A veces son como una trampa. O una victoria definitiva.

jueves, 19 de enero de 2012

Para lo que sirven las revistas de farándula


a Luis C. Barón
1

Trabajaba de portero en un conjunto cerrado los lunes, miércoles y viernes, pero ese día no pude ir por una diarrea que me estuvo matando desde la noche anterior, y ya sin fuerzas para aguantar, fui de urgencias a la clínica, y todo se puso peor cuando después de la consulta me dijeron que lo que tenía era un problema crónico en el colon, y que si no andaba con cuidado podía terminar con un tubo conectado a la tripa.
Marta llevaba doce días de abstinencia y en realidad aquello no se le hacía demasiado duro. Quiero decir, que desde el primer día que decidió dejar de beber, el trago no le había hecho falta. Eso hasta la noche que Arturo, su vecino del apartamento de arriba, se apareció con un litro de Coca-Cola, una botella de Ron Havana Club y dos revistas viejas con fotografías de actores del canal Univisión.
Era obvio que los doce días de abstinencia se iban a ir por el retrete. Estuve seguro de eso cuando vi a Marta destapando la botella de Havana Club, con una sonrisa de oreja a oreja y bajando la mirada cada vez que me paraba frente a ellos y los observaba desde el pasillo del baño. Podría haberme quedado con ambos, pero dadas las circunstancias, prefería evitar cualquier tipo de bebida diferente al agua.
Por otro lado, eso de la conversación no se me da muy bien que digamos, y además, en ultimadas cuentas, no sabía si aquel tipo sería uno de los clientes de Marta o un potencial pretendiente en busca de algo más. Siendo así, era preferible que por lo menos en esa ocasión me mantuviera al margen.
Ambas revistas me llamaron la atención. Imagino que el tipo las trajo por lo de los años de modelaje. Porque Marta empezó a ser modelo desde muy joven, pero por cosas del estrés se vio involucrada en problemas serios con la bebida, la cocaína y el uso indiscriminado de pastillas para dormir.
Como se acostumbró a la plata fácil, se hizo de un grupito de amigos influyentes que le daban una cuota mensual bastante elevada por sus servicios. Lo suficiente para pagar el apartamento en el que vivía, en uno de los edificios de la avenida principal, en el centro de la ciudad, al lado de una clínica veterinaria cuya fachada era de un verde oscuro poco común. Ella llevaba más de cuatro años allí, hasta que un día cualquiera, caminando por los alrededores, y en busca de un trabajo que me diera suficiente para comer y agenciarme un techo donde dormir, tropezamos. Me contó lo de su departamento, y al enterarse de la penosa situación por la que pasaba, puso a la orden su vivienda con la condición de que me encargara de preparar la comida y hacer la limpieza.
Las dos revistas eran de Bogotá, pero las noticias que traían se centraban en la vida actual de los actores colombianos y mexicanos radicados en Miami. A varios de ellos los conocía de telenovelas y programas variados. A los otros los veía por primera vez, pero sentía la misma curiosidad por la suerte de todos. La revista decía que las oportunidades para los actores colombianos radicados en USA (Miami, para ser más específicos) eran muchísimas y que en definitiva allá se tenía muy en cuenta el talento latino.
Arturo me ofreció un trago, pero lo rechacé diciendo que me sentía indispuesto y que por eso me tenía enfrente suyo, porque de lo contrario estaría trabajando y quizá así todo fuera distinto para ellos, pues no tendrían que soportar mi presencia durante toda la noche. Ambos se acomodaron en el sofá lo mejor que pudieron y quedaron en completo silencio, tal vez esperando que regresara a mi cuarto. Me retiré no sin antes agarrar el par de revistas. En definitiva, serían un distractor que podría ayudarme a soportar el ardor en el culo el resto de la noche.

2

Marta figuró entre muchos de los personajes sin talento que ocupaban la portada trimestral de la revista. De eso hace ya cinco años. En esa época era mucho más delgada, de cabello largo rizado y piel tostada acaramelada. Se veía tan linda e inocente que de seguro jamás habría imaginado el daño que con el tiempo le haría el showbusiness. Y aunque esto último se dio de forma irremediable y rápida, por lo menos supo valerse de sus roces sociales en el momento adecuado y volverse lo que muchas de sus colegas no pudieron. Una puta astuta con clase.
Iba por la mitad de la primera revista y el culo no dejaba de arderme. A esas alturas ya había olvidado casi todas las fotos que acababa de ver. Los humores en la sala empezaban a caldearse. Marta hablaba en un tono demasiado alto, pero sin perder la cordura de la que tanto hacía alarde. Arturo le propuso que subieran a su apartamento. Ella estuvo de acuerdo, pero antes le sugirió con disimulo establecer el precio de la cuota correspondiente; algo que él no esperaba. En conclusión, creo que el comentario le pareció ofensivo por aquello del orgullo masculino, de la “maestría en el arte de la conquista” y ese otro montón de estupideces.

3

Dejaba la vida entera en el fondo del retrete cuando me tocó la puerta del baño. Reconozco su rabia por el ir y venir de sus pasos, por el taconeo de un extremo a otro de la sala.
-¿Te moriste? -preguntó de pie frente a la puerta-.
-No, no, todo bien -le dije-. Todavía me falta mucho que discutir con mi intestino.
-Eché a Arturo -dijo repentinamente-. Es un imbécil, cree que soy una cualquiera.
-Pero lo eres.
-Sí -respondió-. Pero no me agrada que me lo recuerden.
Preferí quedarme un rato más en la taza después de haber terminado; por lo menos hasta que me volviera el alma al cuerpo. El dolor en el culo reapareció al poco rato y aumentó considerablemente. Segundos después sentí un escozor y un sonido como de agua cayendo en el fondo del inodoro. El grito que di fue alto y profundo. Lo hice no tanto por el dolor como por el miedo de ver tanta sangre saliéndome de atrás y no saber cómo pararla.
-¿Qué pasa? -preguntó-
-Que se me reventó algo detrás -le dije- Me sale muchísima sangre.
-Métete en la ducha y échate agua. Quizá con eso pare.
Entré a la ducha y no sé si fue el agua fría o qué, pero antes de que pasara el primer minuto ya no me dolía nada y la sangre había parado. Marta preguntó si me sentía más tranquilo, y le dije que sí, que al parecer ya había pasado lo peor.
-¿Podemos seguir hablando? -preguntó-.
-Sí -le contesté-. Aunque voy a quedarme aquí otro rato, por precaución.
-El imbécil pensaba que me lo iba a tirar gratis.
Recuperé el hilo de la conversación y chasqueé los dientes en señal de desaprobación por lo que Arturo había hecho.
-No sé qué harías sin mí -dijo riendo-. Si no te hubiera ofrecido mi departamento estarías con las nalgas ensangrentadas en una acera cualquiera de la calle.
-Sí -le repliqué- Y te lo agradezco; pero te agradecería más si me consigues algo de papel higiénico. Creo que estoy sangrando de nuevo.
-¿Crees que hice mal al echarlo?
-No me parece -le contesté-. El tipo sabe que eres una puta cara, con clase, y que aquí sólo viene gente de plata. Antes ha debido disculparse.
-Cierto -y en su voz apareció un leve toque de ingenuidad al darme la razón-.
-Creo que tienes que enseñarles a respetarte; tienes que darte tu porte. Y ahora por favor, consígueme papel higiénico. Estoy hecho un lío.
-Se acabó el Papel, Rodri. Hay que irlo a comprar.
No sé si fue de rabia por el dolor que me volvía, o por lo estúpida que ella solía ser con sus clientes, o por la poca consideración que me tenía (pues nada le costaba comprarle un rollo de papel higiénico a un sufrido amigo con problemas del colon), pero agarré sin pensarlo una de las revistas que Arturo le trajo, arranqué varias hojas y me limpié con ellas. Antes de echar la penúltima a la caneca, la miré con detenimiento. Tenía una foto de Salma Hayek que no distinguía bien por la sangre y los restos de caca. La bella Salma también era una puta con clase, una hermosa meretriz del showbussines que jugó sus cartas muchísimo mejor de lo que pudo haberlo hecho Marta.
-¿Todo bien? -me preguntó-
-Todo bien -dije-. El único problema es que a falta de papel y de alguien que lo compre, utilicé una de las revistas que trajo Arturo. Espero que no haya inconveniente con eso.
-No, no hay ninguno. Antes me avisas si necesitas más. En mi cuarto tengo guardada la otra que ya conoces. La del especial de cuando era modelo y todo eso.
-Puedes quedártela -dije recostándome en el espaldar del inodoro-. Aquí tengo hojas de sobra para limpiarme.
-¡Bah! -me contestó-. Te la traigo por si acaso vuelves a tener otro sangrado y esa se te acaba. A mí ni falta que me hace. Total, para lo que sirven las revistas de farándula.

[Este cuento fue publicado en el libro Viajes y Quenopodios (cuentos de ciudad), de la Casa Editorial La Urbana, Pereira, 2011]

jueves, 1 de diciembre de 2011

Primogénito


Para Isabel y Raymundo

Era inútil como una bola de cemento.

Casi tan feo como el réquiem que suena una y otra vez en una boda.

Era casi como tú. Hecho a la medida de tus ideas:

Como dejar de ser yo y fingir, por ejemplo, que soy

la mancha de vino sobre la alfombra.

La visita non grata.

El regalo compartido por niños pobres

que odian compartir las cosas.

La navaja en la garganta de la presa:

Un enemigo feliz.

Un ciudadano saludable.

Cien veces recién parido.

Dispuesto a jugarme el pellejo desde la primera vez

que abrí los ojos (cuando aún creía que el mundo

era un lugar razonable: una canción de cuna interpretada sólo para mí).

Fue como volver de una batalla en la que los muertos

celebran los horrores de la guerra:

Una nueva forma de hedonismo.

Pero consciente de que alguien me ha engendrado

y alguien me ha parido.

Dispuesto a pagar por errores desconocidos.

Como un mártir implacable.

Como la sombra de papá anclada a mi propia sombra.

sábado, 22 de octubre de 2011

Alacranes en la ventana


Aún soy ese niño extraño de mil novecientos ochenta y siete

que se apoya en la baranda de la ventana

y mira pasar a la gente

ignorando que en las aceras y en las luces de los postes eléctricos

también se esconden fantasmas de carne y hueso.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Breve impresión de Roberto Bolaño


Estoy narrando el mundo.

Aún nadie lo sabe

pero sigo -muy a mi manera- narrándolo.

Triste y constante.

Con la certeza de ir hacia ninguna parte.

Espantado por la fortuna y sus extraños trazos.

Más enfermo y cansado de lo ordinario.

Y al fin convencido de que la vida

es este agujero que he elegido por camino.

domingo, 15 de mayo de 2011

Último Round


Son las 4 am

y todo este silencio bien podría sonar a réquiem

en la boca de un suicida:

A soledad y tristeza desafinada.