jueves, 17 de febrero de 2011

Neal Cassady se suicida escuchando la radio


Tenía veinticuatro años y había soñado con Neal Cassady.
Estaba en un bar, en una mesa contigua a la mía.
Y daba vueltas a una botella de cerveza.
Neal reía.
Y cuando le preguntaban sobre Kerouac, Corso,
o Gingsberg
se entristecía y dejaba de darle vueltas a la botella.

Soñé que Neal regresaba a su cuarto alquilado
en una pensión demasiado barata para alguien tan imponente,
tan bello y prodigioso;
soñé que encendía la radio y fumaba un cigarro tras otro,
mientras escuchaba la voz aguardientosa de Amstrong en la emisora,
las melodías acompasadas de Bassie,
el saxo crepuscular de Parker,
lamentándose por el pobre Jack
que había sido arrollado por las ruedas de un tren
en Nuevo México.
Soñé que la casera tocaba a su puerta
y le preguntaba si pagaría o no el alquiler de la semana siguiente.
Si quería que le cambiara las sábanas.
O si le apetecía comer algo antes de dormir.
Y que Neal, un poco aturdido aún por las cervezas,
sacaba un revólver calibre treinta y ocho debajo de la almohada,
y decía que sí a todo lo que la señora preguntaba.

martes, 15 de febrero de 2011

Retrato de Lou Reed en la Gran Manzana


Viejo reptil de alcantarillas en las que la noche

no parece tener ni pies ni manos

ni elemento alguno que convoque a estos sagrados ritos.

La canción de la Vieja Nueva York es la misma de otros tiempos:

La intemporal canción se nos viene encima,

nos resiste y atraviesa.

Nos abre su corazón que es todo lo que tiene:

Su tesoro.

Más allá de sus palpitaciones te mantienes en pie,

bailando el vals de tu propia muerte.

Sobreviviendo.

Con los ojos puestos en Manhattan

y el hocico en Coney Island.

Juglar de Drag Queens, prostitutas y chaperos;

de vagabundos yonquis que vendieron su amor a una ciudad

por la que no vale la pena dar más de tres

o cuatro dólares.