miércoles, 26 de septiembre de 2012

La soledad es el color de fondo




No buscaba la manera de hacerme poeta,
pero encontré la forma de espantar viejos fantasmas
sin necesidad de dar golpes a las puertas.
No buscaba el amor o la dulzura,
ni el olor de un cuerpo tibio;
pero encontré la palabra,
y después de ella los ecos de algunas voces, las miradas, los rincones.
Encontré el grito y el canto. Y entonces la lluvia fue menos portentosa,
y mi visión del mundo se redujo a lo que permitieron
el fuego y la memoria.
No sabía qué buscaba, pero lo buscaba apasionadamente:
Era como volver a mis once años. Y como a los once, las olas del mar, que no eran ni voz
ni arrullo, fueron, casi por obra y gracia del destino, 
la grieta en la boca del volcán,
un huracán con ojos:
Cualquier cosa al margen de la realidad.

El segundero de mi reloj de pulso tictaqueaba,
pero el tiempo ya no significaba nada para mí.
Era, por decirlo de alguna forma, la manera menos adecuada de nombrar las cosas,
el dolor de cabeza que no me dejaba pensar con claridad.
Mi voz resonaba contra las puertas, y era una aventura infinita sentirme hablando a solas,
sentirme vivo y en paz con el mundo.
Era mi manera de contar historias.

Yo traía -digámoslo de una vez-
una nueva melodía.