jueves, 10 de junio de 2010

Po-ética


Te pones a hacer cuentas ahora que te sientes
con la fuerza de voluntad suficiente.
Y esperas pacientemente
que las ideas se fermenten tanto o más
de lo que pudieron haberlo hecho años antes.
Tienes un paquete de cigarros,
una botella con agua helada,
y un saco lleno de palabras rotas.
Alguna vez leíste en una revista
lo que decía un reconocido poeta francés:
decía que “si no aprendes a darle forma a tu caos, a tu dolor,
morirás antes de haber escrito la primera linea”.

Estos poetas franceses tienen la cabeza
llena de mierda.
Ellos pueden tomarse su tiempo
-siempre les sobra tiempo-.
Fuman cigarros ligeros.
Beben buena cerveza.
Compran cocaína con el seguro de desempleo.
Y se sientan a esperar que el poema llegue.

Aquí, sin embargo, es peligroso ser un parásito
-o debería decir un idiota-.
Las ratas están atentas a tu caída.
Y las cucarachas discuten por cual de todos tus orificios
iniciar el banquete.
Es mala idea ser un parásito.
Aunque es peor ser un poeta pobre y mantenido.
La gente te pisotea
mientras cierras los ojos y aprietas los labios,
en espera de tres o cuatro versos
que te hagan olvidar tu mala suerte.
Pero el poema no es un artefacto,
no es un objeto,
ni una promesa.
El poema
-tu poema-
es música en muting:
Un trago agrio.
Una erección a medias.
Un tocadiscos sin aguja.

Y cuando los versos llegan
-si es que llegan-
es demasiado tarde.
No son más que una huella pasajera.
Una piedra pateada entre mil piedras.

El canto
de alguien
sin voz.