jueves, 22 de abril de 2010

BLUES PARA MISTER FOSTER


Ayer me enteré que David Foster había muerto
y me importó un carajo.
O bueno, eso creí durante seis o siete horas.
En cambio entré a mi cuarto y puse un CD de Roxy Music.
Estuve cantando hasta muy tarde.
Un par de vecinos tocaron a mi puerta.
Muy educadamente me pidieron que bajara el volumen de la música.
Y lo bajé, no sin preguntarme cuántas pataletas habría dado Foster
antes de exhalar el último suspiro.
Cinco minutos de jadeos, cinco minutos desesperantes
-tanto o más que sus constantes depresiones-.

Nueva York ya no es una gran manzana.

David Foster habrá pataleado en su habitación
con la soga literalmente al cuello.
Pero cinco minutos es muy poco tiempo para repasar toda
una vida.
Cinco minutos sin aire,
recordando la primera vez que ató los cordones
de sus zapatos.
Y el sabor empalagoso de un pastel de cumpleaños.
Y los dibujos animados de los sábados.
Y el intento fallido de un primer relato.
Y todas las viejas canciones aprendidas de memoria.
Y todas las mentiras.
Y preguntarse por qué la gran manzana siempre ha tenido
ese fuerte olor a podredumbre.
Y maldecir un billete de veinte dólares en la entrada de cualquier Starbucks.
Y que David Foster bendiga a Norteamérica.
O que al menos la perdone.

In god
we trust.