jueves, 17 de febrero de 2011

Neal Cassady se suicida escuchando la radio


Tenía veinticuatro años y había soñado con Neal Cassady.
Estaba en un bar, en una mesa contigua a la mía.
Y daba vueltas a una botella de cerveza.
Neal reía.
Y cuando le preguntaban sobre Kerouac, Corso,
o Gingsberg
se entristecía y dejaba de darle vueltas a la botella.

Soñé que Neal regresaba a su cuarto alquilado
en una pensión demasiado barata para alguien tan imponente,
tan bello y prodigioso;
soñé que encendía la radio y fumaba un cigarro tras otro,
mientras escuchaba la voz aguardientosa de Amstrong en la emisora,
las melodías acompasadas de Bassie,
el saxo crepuscular de Parker,
lamentándose por el pobre Jack
que había sido arrollado por las ruedas de un tren
en Nuevo México.
Soñé que la casera tocaba a su puerta
y le preguntaba si pagaría o no el alquiler de la semana siguiente.
Si quería que le cambiara las sábanas.
O si le apetecía comer algo antes de dormir.
Y que Neal, un poco aturdido aún por las cervezas,
sacaba un revólver calibre treinta y ocho debajo de la almohada,
y decía que sí a todo lo que la señora preguntaba.

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